miércoles, 27 de mayo de 2009

CINE ;INSTRUMENTO EDUCATIVO

Un guión cinematográfico presenta un argumento, el desarrollo de una acción. Pero la acción, en sí misma, no existe, sino que hay unos hombres que actúan, protagonizan unos hechos. Ahora bien, el comportamiento del ser humano, aunque a veces parezca inexplicable, no es accidental, sino que está regido por una lógica interna, tan implacable que la única forma de imponerse a ella es el cambio radical de actitud. Si una persona vive replegada sobre sí misma, dedicada a buscar las satisfacciones inmediatas, por muy enamorada que esté, jamás llegará a crear un amor auténtico y se condena a vivir en soledad interior, salvo si cambia de raíz su egoísmo por una actitud de generosidad y se esfuerza por elevarse al nivel del encuentro personal.
Bajo la sucesión de hechos que constituyen el argumento de una película, una mirada penetrante descubre una experiencia de vida con su lógica interna, es decir, el tema. Debemos enseñar a los niños a descubrir la fuerza interior que rige el desarrollo de la acción, para que aprendan a conocer las consecuencias inexorables de adoptar ciertas actitudes. De lo contrario, si no les ayudamos a profundizar en el contenido humano del relato, la película queda reducida, en el mejor de los casos, a mero pasatiempo. No es raro que una película, en apariencia trivial, exenta de escenas fuertes, pueda ocultar mucha capacidad de manipulación o influencia nociva bajo la serena capa de su inofensivo argumento. Uno de los grandes éxitos de los últimos tiempos, El Señor de los Anillos, en su tercera entrega, El Retorno del Rey, termina con el triunfo del Bien sobre el Mal, y nos presenta un mundo idílico, en el que reina la paz y la justicia y los buenos alcanzan la felicidad eterna [3] . Pero, como un trasunto de lo que se nos ofrece hoy, es un mundo sin Dios. En lugar de mirar al Dios providente que lo ha creado por amor, el hombre se contempla a sí mismo de forma ególatra y se ofrece una pseudorreligión de diseño para satisfacer sus ansias de eternidad y acallar el deseo natural de trascendencia que la persona lleva en el fondo del corazón.
Es erróneo suponer que el espectador recibe pasivamente la película, por el hecho de que no capta explícitamente los rasgos como el que acabamos de comentar, porque el mensaje le llega aunque él no se percate de ello. No tenemos más que prestar atención a nuestras propias reacciones ante la pantalla: nos alegramos, reímos, sentimos temor, angustia, pena hasta llorar... El espectador entra en intensa relación con los conflictos de la pantalla porque, de alguna manera, se identifica con ellos, se adentra en la historia y forma parte personalmente de ella, en lo más recóndito de sus propios gustos, anhelos, deseos y temores. En este sentido, el buen cine nos permite realizar una experiencia humana profunda que en la vida real tal vez nos costaría años.
Enseñar a un niño a interpretar la historia que se desarrolla en la película es enseñarle a interpretar la vida, a conocer hondamente al ser humano y, con ello, le hacemos capaz de prever las consecuencias de sus propias actitudes y decisiones.

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